¿Qué relación hay entre la microbiota, la disbiosis y el Párkinson?

Nuestro cuerpo no se compone solo de células humanas, sino que alberga, además, un gran número de microbios que pueden ser beneficiosos para la salud. De ahí sale lo que muchos conocemos como microbiota, de la que ya hemos hablado antes en nuestro primer número de Ciencia Viva.

En ella encontramos bacterias, virus, hongos y protozoos. Y debido a esta variedad de organismos microscópicos, es importante lograr un equilibrio sostenido a largo plazo. Si lo alteramos, podríamos contraer disbiosis, una enfermedad que nos hace más propensos a sufrir algún trastorno o incluso agravar enfermedades subyacentes.

Problemas gastrointestinales

La disbiosis es desencadenada por múltiples factores. Estos van desde la genética de nuestro organismo hasta otras causas externas, como el uso de antibióticos, alérgenos, seguir una dieta distinta, etc. Su alcance es tal, que puede alterar la digestión, la absorción de nutrientes y el control de microorganismos dañinos para la salud.

En la actualidad se trata con probióticos y prebióticos que, además de restablecer la microbiota, permiten evitar un aumento de las cepas de bacterias resistentes a antibióticos.

A la par, también avanzan los estudios que observan la relación de la disbiosis con alteraciones en otros órganos como, por ejemplo, el cerebro.

Esto es gracias a que las investigaciones están centradas en la evolución del huésped y su microbiota. De este modo, se enfocan en su genética y epigenética —campo que observa cambios hereditarios en nuestros genes—, ubicándolos, de este modo, como los factores más importantes a considerar.

El eje cerebro-intestino

La comunicación que existe entre nuestro cerebro e intestino es conocida también como el eje cerebro-intestino. Este es un canal que funciona en ambos sentidos gracias a la acción de diversas estructuras celulares. Queramos o no, son las principales causantes de que presentemos síntomas gastrointestinales cuando estamos estresados.

También dan lugar a enfermedades neurodegenerativas como el Párkinson, que ocupa el segundo puesto a nivel mundial dentro de los trastornos más comunes debido al alza de la expectativa de vida en los últimos 100 años.

De ahí que los pacientes que la padecen presenten disfunciones relacionadas con el sistema intestinal y se observe que sufren de infecciones causadas por la bacteria que produce úlceras, inflamación de la mucosa gástrica y en casos más extremos, cáncer de estómago.

En las primeras etapas del Párkinson, aumenta la absorción en este revestimiento y se corresponde con el estreñimiento por disbiosis. Esta permeabilidad produce un intercambio de los microbios de la flora intestinal, iniciará procesos de hinchazón y estrés oxidativo, y derivará en daños en nuestro sistema nervioso central.

Por eso, son numerosos y variados los estudios que ponen a prueba la estrecha relación que existe entre nuestro cerebro y el intestino.

Algunos de ellos se preocupan de observar la microbiota de cada paciente y la forma en que se expresa la enfermedad. Allí, notan cómo disminuyen sus esteroides activos del sistema nervioso —que influyen en los procesos cerebrales que afectan el estado de ánimo o el comportamiento—.

Otros, demuestran que la alteración de los hábitos intestinales hace que también baje la cantidad de bacterias encargadas de sintetizar este tipo de neuroactivos.